Yacopí entre el fuego, la vida y la muerte
Yacopí entre el fuego, la vida y la muerte
¿Quién está de turno de
trasnocho?... El grito exaltado baja por
las escaleras de la redacción rompiendo la tranquilidad y me taladra los
tímpanos al tiempo que siento retorcijones en el estómago, cierro lo ojos y me
digo mentalmente – Si me lo van a mandar, que sea pasito-.
- Yo estoy de turno.
- Váyase, pero ya para Yacopí, lo
llamo al celular en un rato y le doy las instrucciones. Esas fueron las
palabras de Camilo Chaparro, subdirector del noticiero.
Con brisa en las orejas salimos
en el carro de Gustavo Correa, un currambero a quien las lenguas triperinas, si,
así como lo leen, TRIPERINAS, de la sala de camarógrafos le habían puesto por
mote “Monocuco”. El equipo de esta aventura era complementado por el camarógrafo
Ricardo Arévalo y “El Mono” Andrés Giraldo.
Apenas íbamos saliendo de Bogotá
para enfrentarnos a las más de cuatro horas de camino, cuando recibí la llamada
de Camilo:
- Ovejo… En este momento la
guerrilla se está tomando Yacopí. Allá hay un equipo de grabación que estaba
rodando por casualidad Agenda CM&, ubíquese con el camarógrafo Pedro
Tibocha y se apoyan.
Ya de noche nos desviamos de la
carretera principal para entrar al terreno destapado que nos llevaría a nuestro
destino. Unos 15 minutos después, nos encontramos con un retén del Ejército.
El teniente a cargo nos informó
lo que ya sabíamos, el frente 22 de las FARC se estaba tomando la población y
no podíamos pasar. De mil maneras le expliqué que debíamos ir a cubrir la
noticia. Por fin accedió y dijo:
- Pasan bajo su responsabilidad.
Seguimos nuestro camino, la noche
era cada vez más oscura y la trocha no ayudaba a avanzar a buen ritmo. A lo
lejos divisamos un nuevo retén. Esta vez era de los paramilitares.
Como si se tratará de la copia de
un libreto nos dijeron exactamente lo mismo que en el retén anterior. Hablé con
el hombre a cargo quien estaba armado de pies a cabeza, en su chaleco pude
contar al menos siete proveedores, sus palabras fueron casi idénticas.
- Pasen, pero se hacen
responsables de sus vidas.
En ese momento nos alcanzó el
equipo de Noticias Caracol, Monocuco siempre cargaba de todo en el carro, ya
le había puesto una bandera blanca al Trooper negro en el que viajábamos, la
bandera era lo único medianamente visible en esa fría noche del mes de julio de
1998.
Empezamos a escuchar a los lejos
algunos disparos, señal inequívoca de que nos acercábamos a nuestro destino, el
temor silencioso propio del momento era evidente en nosotros. Nunca sabíamos
con qué nos íbamos a encontrar.
De repente como si se tratara de
un espanto, un joven campesino salió de las penumbras y corrió de frente a
nosotros pidiendo auxilio… Frenamos en seco. Este muchacho llorando, con la voz
entrecortada y sus manos temblorosas imploraba que le lleváramos a su esposa
hasta el pueblo, puesto que estaba teniendo a su hijo… No nos íbamos a negar,
le dije:
- Claro mijo, tráigala que le
hacemos campo y los llevamos.
Se regresó a la velocidad que le
daban sus escuálidas piernas hasta su rancho construido a unos 25 metros de la
carretera… Segundos después salió corriendo más desesperado y pasó por nuestro
lado gritando.
- El niño se vino, el niño se
vino…
Al fondo los disparos cesaron
para dar paso a los gritos desgarradores y desesperados de una mujer sola en
trabajo de parto.
Decidimos entrar a la casa
construida en tabla, paroi y una que otra teja de zinc. En una cama sencilla
encontramos a la joven campesina con sus ojos desorbitados por el dolor, no pronunciaba
palabra, solo gritaba… Tomé su mano y la de ella se aferró a la mía dejándome
sus uñas marcadas.
Empezamos a respirar al tiempo,
le pregunté cuantos meses tenía y solo atinó a decirme – No sé-. Tenía las
piernas abiertas y recogidas; le subí el vestido y pude ver un charco, supongo
de líquido amniótico.
En ese momento entró el asistente
de Caracol a quien llamábamos “Maicito” le dije:
- Hermano yo algo recuerdo de los
cursos que hice en la Cruz Roja. La respuesta de él fue un aliciente:
- Yo pertenecí a la Cruz Roja.
La noticia quedó a un lado, la
prioridad ahora era la vida que nacía. A un lado estaban tan aterrados como yo
Ricardo y Andrés… Nadie se percató de grabar esa gran historia, seguramente
había sido un premio de periodismo fijo. Pero en ese momento solo nos
interesaba ayudar a la familia campesina.
El niño nació de pies, nos
asustamos pues no lloraba… Maicito le dio una palmada y sus pulmoncitos
soltaron su primer llanto. Justo en ese momento entró el joven padre acompañado
de una señora regordeta… Era la partera de la Vereda, envolvió al niño en una
sábana blanca que llevaba, lo revisó y dijo con la sabiduría propia de su
oficio:
- Es un bebé prematuro, debe
tener máximo siete meses… Veo que está bien, pero es mejor llevarlo al centro
de salud.
Al fondo se volvieron a escuchar
algunos disparos de fusil, el sonido se colaba por las tablas separadas que
hacían las veces de pared de este humilde hogar.
- Apenas llegue al pueblo les
digo a los del puesto de salud que vengan por ustedes… Con esas palabras me
despedí.
Cuando llegamos al pueblo los
guerrilleros del frente 22 ya se habían ido. Las calles las recorrían solo
algunos de sus habitantes, ventanales sin vidrio, impactos de bala en varias
casas y el puesto de Policía semidestruido, el olor a pólvora y sangre
inundaba todos los rincones y se impregnaba en nuestra ropa.
Del puesto de Policía no quedaba
mucho en pie, Ricardo hizo las tomas y pasamos sobre los escombros hasta llegar
a lo que en algún momento era la pared del fondo. Vimos unos extraños huecos en
el piso, pero no entendíamos por qué estaban allí.
Como no teníamos a quien
entrevistar fuimos hasta el puesto de salud y dimos aviso para que fueran a
recoger al recién nacido con su familia. Nos prometieron que irían de
inmediato.
Aprovechamos para hacer imágenes de
las arrasadas instalaciones de la Caja Agraria de donde se llevaron todo el
dinero y vimos pasar la ambulancia del pueblo. Extrañamente regresó en menos de
10 minutos lo cual se nos hizo extraño.
Regresé al puesto de salud,
pregunté por el bebé… La respuesta no pudo ser más fría y desalmada por parte del
conductor de la ambulancia.
- Eso no nos corresponde a
nosotros.
Con la mirada les dije lo que no
podía con mis palabras. Con paso apurado llegué al carro donde “Monocuco”
descansaba después del largo viaje.
- Hermano… Por favor vamos y
recogemos al niño.
- Uy viejo Elkin, me da vaina,
esa gente todavía debe estar por ahí.
Se refería tanto a guerrilleros
como paramilitares, tenía razón, pero algo teníamos que hacer.
- Si me presta el carro yo voy.
Así fue, tomé el carro que tenía
más resabios que el dueño y en una lucha constante en cada curva llegué hasta
el sitio donde me esperaban los jóvenes padres, el recién nacido y la partera. Al
regresar el pueblo seguía semidesierto. Los dejé en el puesto de salud
deseándoles buena suerte.
Ricardo, Andrés y Gustavo me
esperaban en el parque, conseguimos hospedaje en un hostal. El cubrelecho de
las camas se confundía con centenares de pedacitos de vidrio y polvo, huellas
indelebles del ataque guerrillero… Ya en la madrugada se empezó a sentir más movimiento,
eran los refuerzos que llegaban… Ya no los necesitaban, los insurgentes se
habían ido horas atrás.
Aún sin la luz del día salimos a
seguir grabando, el derrumbado puesto de Policía estaba acordonado. Un soldado
nos ordenó mantenernos a prudente distancia, pues un equipo especial estaba
revisando que no hubiera trampas Caza bobos… Otro susto chiquito pues horas
antes ya habíamos pasado por todos los escombros que quedaron.
Los nueve policías que
sobrevivieron al ataque eran tratados como verdaderos héroes por los lugareños.
El terror y la barbarie que sufrieron aún se reflejaba en sus rostros.
Intentamos entrevistar a uno de ellos, pero sus superiores se lo impidieron,
sin embargo crucé varias palabras con este hombre de uno 40 años.
- Nosotros sabíamos que nos iban
a atacar, estamos vivos porque semanas antes habíamos cavado unos huecos en la
parte de atrás de la estación para salvarnos… Repelimos el ataque hasta donde
pudimos… Nosotros solo éramos diez, ellos más de cien.
De su rostro rodaron algunas
lágrimas de hombre y me repetía que con cada disparo que hacía para defender el
pueblo recordaba a su familia.
Mientras hacía una entrevista con
uno de los habitantes del pueblo quien reconocía el valor de los policías,
empezó a rodar el comentario que los periodistas sabíamos del ataque y no
habíamos dicho ni hecho nada para ayudarlos, el ambiente empezaba a tornarse más
extraño.
Ubiqué a Pedro Tibocha el
camarógrafo de CM& que grabó toda la toma con Jairo Gómez, periodista...
Acordamos salir en caravana, nos dimos media ahora para terminar de hacer
nuestro trabajo.
Antes de partir volví a pasar al
centro de salud y hablé con los padres primerizos, puede ver esta vez que eran
apenas unos niños. Él reflejaba unos 20 años, ella no creo que pasara de 16. Me
dieron las gracias de todas las maneras posibles y me preguntaron mi nombre. –
Yo me llamo Elkin- les dije.
Me contaron que habían decidido
ponerle al niño mi nombre, sonreí y les dije bromeando – No le hagan ese mal al
niño -, entendieron el sarcasmo. Me contaron que estaban esperando una ambulancia
para trasladar al bebé a otro pueblo, pues allí no había incubadora y
necesitaban una. Les di mi número telefónico y ellos me dieron el de la
partera, no tenían celular.
Un fuerte abrazo para él y un
apretón de manos para ella mientras le mostraba sus uñas aún marcadas en mi
piel; esa fue la despedida con la promesa de llamarlos en unos días.
El regreso en la caravana de los
tres carros de NTC Noticias, CM& y Caracol fue como si se tratara de una
contra reloj por equipos en una de las grandes vueltas, todos ponían el ritmo,
nadie se quedaba.
Ya en Bogotá Pedrito Tibocha nos
pasó algunas imágenes, la nota se complementó con el material rodado por
Ricardo y Andrés.
Durante mis dos días de descanso
no paré de hablar del tema en las tardes que pasaba en el restaurante de
Aurita, mi mamá adoptiva en Bogotá. Sitio a donde siempre llegaba por lejos que
me quedara.
Al siguiente viernes muy temprano
llamé al número de la partera, debí insistir un par de veces hasta que
contestó; la saludé y le dije quién era, la respuesta no pudo ser peor:
- Don Elkin gracias por todo lo
que hizo… Pero la ambulancia nunca llegó, el niño se murió.
Elkin Raúl Coronell Cadena
Anexo: En este link pueden ver la
nota emitida sobre la toma guerrillera a Yacopí.
Sr Elkin una gran amiga me compartió que hoy 5 de octubre usted iba estar en el club de lectura de Cámara de Comercio de Villavicencio, me paso los link de sus crónicas y yo en mi corre corre dije, entraré y leeré una para llegar con una idea al live y vaya grata sorpresa bastaron unas pocas líneas para que obtuviera mi atención y admiración, las leí todas y hace un buen tiempo que una crónica no lograba adentrarme a la historia de la misma, su manera de narrar y describir cada situación lograron llevarme por una marea de emociones y sensaciones. Gracias por sus crónicas llenas de historias
ResponderEliminarfascinantes y ante todo reales. 👏👌