El paciente de la camilla 44
El paciente
de la camilla 44
La noticia la recibí y sentí como si
me hubieran lanzado a una piscina llena de cubitos de hielo. – Lo tengo que
hospitalizar- Dijo el doctor Héctor Domínguez. Llevaba casi seis días
soportando un dolor abdominal con la única intención de poder presentar el
ECAES (Exámenes de Calidad de Educación Superior), era una de mis prioridades
para poder cumplir con un objetivo aplazado durante años, obtener el título
como Comunicador Social.
Era casi la media noche del sábado,
y seguía intentando entender lo que me decía el Doctor Domínguez mientras leía
los resultados de los exámenes médicos. Domínguez es un hombre delgado, con
barba de psicoanalista y un llamativo acento del centro de Venezuela, con quien
luego entablamos una conversación que nos llevó desde el Folclor que
compartimos hasta la verdad que solo unos pocos se empeñan en negar. El pueblo
colombiano y venezolano es uno solo… separado por un puñado de locos enfermos
de poder.
No fue la única conversación que
tuve esa dolorosa noche, antes durante la ecografía que me ordenaron conocí al
doctor Pardo, un hombre de unos 70 años, con temple santandereano, en las
líneas de su rostro están marcadas las duras vivencias que ha debido superar en
su vida y para rematar… antiuribista hasta los tuétanos. Con él hablamos desde
periodismo, hasta guerra y política, como siempre esas palabras juntas.
Era la media noche y entré a la
sala de observación, crucé la puerta aferrado al brazo de mi hermana Julita,
quien se convirtió en mi lazarillo durante esos días. Fue como cruzar un umbral
y entrar a la dimensión desconocida con un olor difícil de describir, es algo
así como el humor de 100 personas distintas enfermas mezclado con un sinnúmero
de medicinas. Lo que viví allí me marcó para el resto de mi vida.
No recuerdo exactamente si me
recibió Diana o Natalia, dos enfermeras de las que más adelante hablaré. De esa
noche solo recuerdo que me pidieron que me quitara la ropa y me aplicaron un
singular coctel de Dipirona y Tramadol en el suero que me hizo pasar el dolor,
casi insoportable, y dormir profundamente.
A las 5:00am me despertó el ruido
que hacían los casi 100 pacientes que uno a uno y respetando los turnos
desfilaban a tomar el baño diario. Hombres al baño de la derecha y mujeres al
baño de la izquierda. Con el ojo empiyamado viendo ese ir y venir opté por
seguir durmiendo, además aún no tenía ni jabón ni toalla. Esperé a que mi
hermana llegara a la visita de la mañana para que me ayudara a bañarme. Así fue
durante ocho noches y nueve días.
A las 7:00am pasó el médico de
turno, la primera de muchas visitas, escuché a otra persona diciendo “Paciente
de la camilla 44 ingresado por dolor abdominal, pendiente de ecoendoscopía”. En
ese momento dejé de ser Elkin y me convertí en el paciente de la camilla 44.
Lo siguientes tres días fueron de
ayuno total, opté por mandar el celular para la casa y así tener algo de
tranquilidad. En medio del desespero que produce estar en una incómoda camilla
comenzó una amistad con cuatro mujeres espectaculares a quienes les debo mi
total gratitud.
Diana es una de las enfermeras que
me atendió con especial deferencia, ella es una mujer rellenita de paciencia,
con gran vocación para ejercer un trabajo que muchas veces no es valorado por
los pacientes.
Ángela es como Gasparín, el
fantasmita amigable, bajita, de tez blanca, sus manos son muy suaves y a pesar
de ser menudita, tiene el físico suficiente para correr de un lado para otro,
atiende, ayuda y comprende aquí y allá. Y para rematar nacida en mi Casanare
bonito.
Nini es morena, solo risas y una
picardía, en el buen sentido de la palabra, que irradia alegría y hace cambiar
el ambiente mientras está presente.
Natalia es una valiente mujer, de
pelo azabache que no alza más del metro con 55 centímetros, pero con una
energía y una fuerza arrolladora. Con ella hablábamos bastante, de lo difícil
que es ser madre soltera y tener un trabajo con los horarios que maneja, de los
pacientes a mi alrededor y muchas cosas más.
Desde la camilla 44 veía
perfectamente quien entraba y quien salía de la sala de observación, y verla
entrar a ella me hacía sentir un cierto alivio y una gran alegría. En el llano
dicen que de ese colorcito ni las mulas salen malas.
Por fin llegó el día de la
ecoendoscopía, con una silla de ruedas me esperaba Alejandro, un muchacho
amable, con aspecto noble y cuerpo de boxeador categoría peso completo, él me
dejó en la sala donde realizan las endoscopias. No sé cuánto tiempo pasó hasta
que llegó mi turno, pasé con una bolsa que me dieron con cosas que no quise
ver, de espalda vi al doctor Heison Jair Mora, me hicieron acostar de medio
lado, me aplicaron la anestesia y me dormí pensando en los bellos momentos que
he vivido con mis hijas.
Empecé a despertar y aún estaban en
el procedimiento, escuchaba una voz que decía que algo estaba mal conectado,
mientras alguien me tomaba de la mano… Terminaron y me dejaron a un lado en
recuperación. Cuando me sentí mejor, el doctor Mora salió y me dijo… “Nos vamos
ya para cirugía”. Sentí otro chapuzón, a las malas, en la piscina llena de
cubitos de hielo.
Dos horas después estaba en
cirugía, me recibió un enfermero y el doctor Garzón, anestesiólogo, alto, barba
semipoblada y por lo que pude ver amante de la lectura.
Otra vez la anestesia, otra vez
dormirme recordando mis hijas, mi familia y las personas que siento que me
quieren, los bonitos momentos que esta vida me ha regalado, el temor en mi era
evidente. Al abrir los ojos, vi al doctor Mora con unos comandos como de X Box
en sus manos mientras fijaba sus ojos en una pantalla color naranja y rojo…
Pensé que estaba jugando Halo o Gears of War, pues sentía que los comandos
vibraban en sus manos y además se movía para los lados. Nada más alejado de la
realidad… El doctor Mora se esforzaba por devolverme una buena calidad de vida.
En sala de recuperación el doctor
Heison Mora me dio los resultados de la intervención y me dijo debía volver a
cirugía en 48 o 72 horas. Una vez más a
la piscina con cubitos de hielo.
Al otro día me despertó la visita
médica de la mañana, un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver a un médico con el
cual tengo un amargo recuerdo y por lo mismo no memoricé su nombre. Fue el
mismo que hace seis años en otra clínica me dijo de la manera más tosca y
helada que mi padre no tenía esperanzas de vida.
Una vez más la perorata… paciente
de la camilla 44… pendiente de CPRE (Colangiopancreatografía
retrógrada endoscópica), hasta hoy que escribo estas líneas sé lo que significa
CPRE.
Minutos después me llegó la
primea comida en casi cuatro días. Un caldo en el que la presa era cilantro
picado. Lo devoré como si degustara un manjar, o mejor, una comida en los
buenos hatos llaneros.
La noche de ese día se formó
el que llamé “el sindicato de la empanada”. Tres o cuatro pacientes que se
ubicaban en un rincón al lado de la puerta de entrada y salida de la sala de observación
quienes se daban mañas para que a eso de las 9:00 o 9:30pm les llevaran de
contrabando descarado empanadas, ponqué gala y jugos de caja que eran engullidos
por ellos sin descaro alguno; a la noche siguiente, la enfermera Diana los
sorprendió y les hizo ver el riesgo que era para ellos comer esas deliciosas
porquerías… La respuesta por parte de estos individuos fue una andanada de
groserías e improperios que Diana debió soportar. Hasta dijeron que eran amigos
de los dueños de la clínica. Al otro día llegó una doctora y los puso en su
lugar.
Ese día me suspendieron nuevamente
el caldo y la aromática, volvió el ayuno mientras seguía hablando con mis
enfermeras y conociendo más de sus vidas. Ya hasta conocía a los jefes que me
atendían en cada turno, la jefe Kimberly, la jefe Melisa, el jefe Cristhian.
Al no tener reloj, me guiaba para
calcular la hora cuando sentía el insípido aroma de la comida en las clínicas.
Durante mi estadía dos personas
fallecieron en el lugar, no deja de impresionar esos momentos cuando los
cuerpos ya inertes son sacados en unas bolsas por parte de los empleados de las
funerarias… Pero más doloroso, fue ver a cuatro parturientas una misma noche
sentadas en sillas rimax porque ya no había camillas, estaban esperando turno
para cirugía. Qué ironía, la muerte y la vida danzando juntas en el mismo
sitio.
Regresé a la sala de cirugía, otra vez me llevó Alejandro y otra vez me encontré a los mismos doctores, me recibió el
doctor Garzón diciendo “Ah somos los mismos, equipo ganador, te ves de mejor
semblante”, a su lado pude esta vez observar bien al doctor Mora, me impresionó
su estampa de llanero, casanareño raja´o… Dialogamos con los doctores unos
cinco minutos de la historia del llano, fue grato el saber y conocer que aún
quedamos personas a quienes nos preocupa nuestra cultura y nuestras raíces.
Recordé una frase de un poema de mi amiga Amanda Velásquez Hidalgo (Q.E.P.D). “El
Llano no se ha acabado”.
Una vez más fui llevado a los
brazos de Morfeo y mis pensamientos otra vez estaban con las personas que amo y
con las oraciones que siempre me acompañan.
Pasé dos horas en la sala de
recuperación y luego a sala de observación, allí me informaron que todo había
salido bien y me podía ir para la casa. Las mejores palabras que escuché en nueve
días.
Pero aquí no termina todo, hace
unos meses me encontré con el doctor Mora, me informó que por seguridad es mejore
realizar otra ecoendoscopía en unos cuatros meses… Esta historia continuará.
Ojalá las directivas de la Clínica
Meta sepan valorar a los profesionales que tuve la oportunidad de conocer y que
nombro aquí.
No termino sin agradecer también a
toda mi familia, a mis hijas, a la muñeca, al doctor Guillermo Guarín, y los amigos que estuvieron pendientes de mi salud.
A todos como dijo el ídolo Gustavo
Cerati… GRACIAS TOTALES!!!
Elkin Raúl Coronell Cadena
Ovejo lo quiero mucho, sabes que eres hermano de mis hijas. Me gusta que escribas y describas momentos que quedan grabadas en la retina y la mente. Sigue y adelante. Un abrazo
ResponderEliminarNegro, ustedes son, fueron y serán mi famila adoptiva en Bogotá... gracias por tanto.
EliminarUn abrazo y saludos a todas.
Que buena narración sobretodo porque resaltas lo mejor de una situación que creo que fue dura para ti.
ResponderEliminarHola mil gracias por el comentario, Así fue, son situaciones difíciles de la vida y algunos tenemos la oportunidad de salir a contarlas. Te agradecería me dejaras tu nombre o contacto para poder seguirte. Mil gracias
EliminarOvejo usted hasta en esas situaciones le saca el chiste, a Dios gracias salió bien para compartilo, éxitos, gracias por su amistad
ResponderEliminarViejo Omar... gracias por leer está historias... un abrazo panita
EliminarMuy bonito texto mil gracias
ResponderEliminarGracias por leer mis historias.
EliminarOvejito me gusta mucho tu narrativa la forma como abordas los temas la mirada siempre humana y sencilla de interactuar me encanta la claridad de tus recuerdos y como nos hacen sentir.
ResponderEliminarUn abrazo
H
Gracias H... intenreamenos seguir contando las anécdotas que más podamos. un abrazo
EliminarQue buen escrito, sólo se le fue una 'e' de más, de resto involucras al lector hasta el final, sigue por ahí, es una veta para explotar.FCG.
ResponderEliminarSeguiremos puliendo poco a poco los detllaes primo. bendiciones.
EliminarOtra entretenida lectura escrita por el parce, quién apesar de las dificultades siempre ve el vaso medio lleno . Un abrazo .
ResponderEliminarGracias parcerito... ahí vamos mi hermano. un abrazo matapalero.
EliminarUn exelente relato autobiografivo, cautiva al lector con las palabras bien dispuesta. Orgullo de llaneros. Felicitaciones.
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