La entrega que no se dio
La entrega que no se dio
Nuestro día ya terminaba,
habíamos acabado el turno de trabajo después de grabar a unos skaters, esos muchachos
que hacen infinidad de piruetas y desafían brevemente a la gravedad en sus
patinetas, que eran la sensación en el barrio La Perseverancia de Bogotá.
Extenuados y sudados como caballos corridos, estábamos guardando la cámara y
cargando las baterías cuando entró Óscar Ritoré, jefe de redacción del
noticiero, con cara de tragedia.
- Necesito una cámara ya.
- Solo estamos nosotros, pero ya
nos vamos porque estamos trabajando desde la 6:00 a.m. Dijo el cámara Germán
Palma.
- No me importa, se van ya para
Cali. Allá los está esperando Diego Hernán Canal.
- Bueno, pero ¿qué vamos a hacer?
Preguntó nuevamente Germán.
- En Cali les dice Diego.
Como vivía cerca le dije a Óscar
que iba hasta mi casa a sacar algo de ropa. La respuesta fue a su mejor estilo,
agrio y seco.
- ¿Y para que ropa? Mañana se
devuelven.
Nos embutieron casi a empujones entre
un taxi con rumbo al aeropuerto El Dorado.
Al llegar a Cali tomamos rumbo a
la Fiscalía en pleno centro de la Sultana del Valle. Eran casi las 8:00p.m.
Diego nos esperaba al interior de un Renault 18, de propiedad del señor
Francisco Lagos, quien prestaba el servicio de alquiler de equipos para NTC y
otros noticieros.
Nos bajamos del taxi y nos
montamos al carro en el que estaba Diego.
- ¿Qué venimos a hacer hermano?
Diego Hernán Canal, a quien de
cariño llamábamos “El Bimbo” guardó silencio. Él es y sigue siendo uno de esos
buenos reporteros a quien el periodismo le corre por las venas.
Las baterías de la cámara estaban
descargadas y era urgente lograr algo de carga. El Negro Palma se voltea y me
dice.
- Ovejo vaya y mire en dónde le
dejan cargar las baterías al menos una hora.
Me bajé del carro y pude ver a
unas tres cuadras un CAI de la Policía. Pensé que era el mejor lugar.
La Fiscalía en Cali estaba
ubicada para ese entonces, finales de 1994, en un sector del centro de la
ciudad, donde las sombras de la noche despertaban bares de mala muerte, uno que
otro malandro, borrachines sin remedio y mujeres de la vida alegre, que de
alegre no debe tener nada.
El miedo que sentía me producía
escalofríos, mis manos sudorosas se aferraban a las pilas para evitar que
alguien me las intentara arrebatar. Finalmente llegué hasta el CAI, saludé y me
presenté mostrando el carné de prensa.
Con un marcado acento caleño el
teniente a cargo me dio permiso para conectar el cargador una hora. Así lo
hice, con la mala fortuna que al conectarlo el fluido eléctrico falló. Todos me
voltearon a mirar y la paranoia se empezó a apoderar del lugar.
Desconecté el cargador y 20
segundos después volvió la energía, a todos nos regresó el alma al cuerpo. A los
policías en la década de los 90 del siglo pasado les había puesto precio El
Cartel de Medellín, por eso vivían alerta y con el presentimiento de la parca respirándoles
en la espalda. Y aunque Pablo Escobar ya había sido abatido a finales de 1993,
el temor seguía latente. Esa sensación la podía ver en el rostro de los cuatro
agentes que estaban en el lugar. Volví a conectar el cargador y nuevamente se
fue la luz, la psicosis ya se podía oler en el ambiente.
Apenado ofrecí excusas por lo
sucedido, salí dejándolos en tinieblas y con los nervios de punta, era evidente
aún en la penumbra.
De regreso ubiqué una licorera
venida a menos, hablé con la mujer que la atendía, en su cuerpo se reflejaban
unos 65 años de vida, labios repintados de rojo, y una gruesa capa de
maquillaje que ocultaba las líneas del paso del tiempo en su rostro.
Amablemente me dejó cargar las baterías.
La noticia del año
Finalmente regresé al Renault 18
y fue el momento de la verdad. Diego nos soltó la información.
- Muchachos, una fuente me afirma
que esta noche o mañana se entrega Miguel Rodríguez Orejuela aquí en la
Fiscalía. Debemos montar guardia.
Nos dividimos los turnos, éramos
cuatro, pues Carlos Cárdenas, corresponsal en Cali había llegado a reforzar el
equipo. Mientras dos dormían, los otros dos, como terecaya en un turrumutico,
vigiábamos calle arriba y calle abajo. Esa misma noche de jueves… No pasó nada.
Al siguiente día nos hospedamos
en el hotel La Merced, descansamos un par de horas y regresamos al lugar donde
esperábamos paciente y estratégicamente, a pesar que el calor del Valle se
tornaba insolente y desesperante por momentos. Ese viernes también se fue en
blanco y la incomodidad del carro empezaba a pasar factura, de la mano del olor
a sobaquera, que ya Palma y yo empezamos destilar.
Por segunda vez en dos días, un
anaranjado sol naciente nos empezaba a quitar el frío de la madrugada y las
noches que penetraban nuestros cuerpos. Y ese día tampoco pasó nada, ni rastros
ni movimientos extraños que pudieran intuir la entrega a la justicia del capo
del Cartel de Cali.
Ese sábado en la mañana llegamos
al hotel, debimos lavar los calzoncillos en el lavamanos de la habitación
porque el hedor a sudor y la ropa pegachenta ganaban la partida.
Dos horas después estábamos otra
vez con la ropa húmeda encima y los ojos vigilantes, pues la fuente de Diego
aseguraba que la entrega era inminente. Era la primicia del año… Tampoco pasó
nada.
Carlos “El Pollo” Cárdenas,
siempre nos estuvo acompañando y había sido el encargado de llevarnos la
comida. Los cuatro días comimos Chuleta Valluna traída del restaurante El
Bochinche, famoso durante décadas. Aquello era comida para Vikingos.
La Chuleta que hicieron famosa
los taxistas caleños que frecuentaban el cenadero, media fácilmente unos 40
centímetros de largo por unos 12 centímetros de ancho, se salía por los lados
de la caja. Eran un manjar con personalidad, a esa chuleta había que meterle el
diente rápido, pues daba la impresión de querer atacar al comensal antes de
darle el primer mordisco. Era una labor difícil y deliciosa en extremo.
Ese sábado en la tarde, después
de tres días con la misma ropa encima y oliendo a zorrillo, al Negro Germán se
le salió el Indio Palma.
- Ovejo, nos vamos ya para la 14
a comprar ropa.
Yo no tenía un peso en el bolsillo
y así se lo hice saber.
- Fresco, camine yo le presto y
en Bogotá nos devuelven esa plata.
Cada uno compró un desodorante,
un jean, una camiseta y un interior marca ACME. Por fin ropa limpia.
Los largos turnos ya habían
agotado los temas de conversación, llegó el domingo y la entrega del capo del
narcotráfico nunca se dio. La frustración de Diego se notaba en su cara, pero
era normal que esas cosas pasaran. Si todo se hubiera dado, él habría sido el
único periodista en Colombia y el mundo en tener esa noticia.
Ovnis en Dagua
Ya el domingo en la tarde después
de terminar el noticiero al medio día, El Pollo Cárdenas propuso una historia.
- Mira, imagínate que en Dagua
están aterrizando marcianos.
Diego, Germán y yo soltamos la
risa. Pero Carlos insistía.
- Es en serio ve… Ya han
aterrizado varios este fin de semana. Toda la gente por allá dice que es cierto
oís.
Al siguiente día salimos de
madrugada para Dagua, pueblo ubicado a unos 50 kilómetros de Cali, sin más
información que la entregada por los lugareños. Los diminutos marcianos venidos
desde los confines del Universo, llegaban lentamente en naves blancas, y al
tocar tierra se perdían entre el monte. Nadie se atrevía a ira hasta el lugar
exacto de los aterrizajes por miedo a ser abducidos.
Al llegar El Pollo Cárdenas
empezó a hacer las entrevistas, todos se mostraban asustados ante un posible
encuentro cercano del cuarto tipo, así le llaman los ufólogos al secuestro de
un ser humano por naves extraterrestres. El temor de ser llevados a un planeta
lejano sin opción de regresar a la tierra no los dejaba mover de sus casas...
Toda una historia.
Nos indicaron el lugar donde los
habían visto aterrizar y nos fuimos caminando entre la maleza… Al fondo
escuchamos a una señora elevando una oración para que nada malo nos ocurriera
nada.
En efecto, unos 45 minutos de
andar entre matorrales encontramos el primer OVNI. Palma empezó a grabar
detalladamente el objeto volador. Era un pequeño paracaídas con un tubo de
bengala que tenía escritas unas siglas en inglés que no recuerdo.
El misterio de los marcianos en
Dagua había sido revelado por el intrépido Carlos “El “Pollo” Cárdenas,
periodista que meses después y gracias a sus buenos méritos, fue llevado a
trabajar en la redacción del noticiero en Bogotá.
Cinco días después de esta
aventura que nos había llevado por un torrente de noticias en primicia,
angustias, malos olores, noches eternas, calles llenas de meretrices, policías,
ladrones, chuletas de otro mundo y OVNIs; no sabíamos si reír o llorar.
Ya en Bogotá Palma pasó las
facturas para que le devolvieran el dinero de la ropa que debimos comprar.
Óscar Ritoré montó en cólera, pues les pareció un abuso y una indelicadeza que
hubiéramos comprado una muda de ropa para podernos cambiar. Y como la cuerda se
rompe por lo más delgado, debía ser por el mío, que apenas era un asistente de
cámara.
Me castigó durante seis meses sin
poder viajar con el equipo técnico del noticiero.
Elkin Raúl
Coronell Cadena
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